viernes, enero 16, 2009

PEPLUM de Blutch

Tomo publicado por la Editorial Ponent Mon.

Peplum es un término que procede del griego “Peplom” que según los escritos de Plauto y Virgilio, designa al primitivo vestido de las mujeres griegas. Aunque también hay quien sostiene que define el manto romano para las ceremonias y, por consiguiente, una prenda específica de aquella época. Por otra parte, esta palabra, desde la vertiente cinéfila, siempre ha estado asociada a un género que se ha caracterizado por contener esencialmente epopeyas homéricas, protagonizadas por héroes mitológicos o históricos, guerreros que siempre van en busca de aventuras enfatizadas por esos momentos tan dramáticos, y a la vez tan necesarios, para acompañar una dinámica puesta en escena, con la que poder construir y articular una mitología propia. Y por supuesto que el Peplum de Blutch reúne mucho de todo esto último que acabo de comentar y mucho más: delirantes leyendas; raíces mitológicas; una adaptación literaria o histórica; la presencia del deseo como hilo conductor en muchos momentos, pero con la ambición y la traición siempre a la sombra; y, cómo no, ese héroe/antihéroe presente en cualquier historia que se aprecie.

Blutch es un autor francés de estilo clásico que moldea sus obras partiendo de un punto en donde, en cualquier momento, la improvisación rompe con lo planificado y lo racional deja paso a lo irracional. Por otra parte, también sabe jugar muy bien con los simbolismos y las formas, donde a veces todo tiende a lo surreal, formándose como una especie de ballet que poco a poco va cobrando forma. Él siempre se ha denominado como un dibujante que piensa con el dibujo y juega con ese sentimiento directo e incontrolado que suele constituirse cada vez que aplica cada uno de sus nerviosos trazos sobre el papel. Muchos de sus personajes se encuentran en una realidad plena de deseos, avivados por el orgullo y la insolencia, e irremisiblemente todo esto tiende a desembocar hacia una cierta locura siempre presente en sus obras.

Estamos ante una adaptación libre del Satiricón de Petronio. La historia está situada en una lejana frontera del Imperio Romano. Todo gira entorno a un personaje de identidad engañosa, llamado Publio Cimbro, el cual ha sido exiliado por Julio César y es condenado a la soledad. Un hombre nacido libre, caballero y letrado romano -vamos, de los que denominaríamos como un patricio de alto linaje, un noble-. Desterrado e indignado ante su situación, éste comienza una aventura donde la búsqueda de una hermosa diosa/hechicera perfectamente conservada en hielo, marcará obsesivamente al joven Publio, pues únicamente su amor obsesivo puede acabar por derretir el hielo que la apresa. Todo transcurre en un entorno un tanto inquietante que en muchos momentos se mostrará también cruel, pues la sombra de la muerte y del amor siempre estará presente, haciendo que la lucha por sobrevivir a todo esto sea uno de los elementos principales en esta obra.

Ya era hora que por fin se editase esta obra inédita del francés Blutch, perfecto ejemplo de cómo mezclar textos e imágenes, de tal forma que hace que se conviertan en ese lenguaje propio con el que poder llevar a cabo toda narración. Y es que simplemente leyendo el primer capítulo, donde se produce el asesinato de Julio César –con textos que están sacados directamente de una obra de Shakespeare-, encontraremos todo lo necesario para construir perfectamente esa narrativa y arte secuencial al que todo autor tiene que aspirar a llegar: un estilo de tratamiento perfectamente definido y, en nuestro caso, marcadamente realista; un ritmo engañosamente pausado, pero no exento de tensión; unos diálogos un tanto poéticos que desprenden ese halo de tragedia y dramatismo que roza lo homérico, donde muchas veces las frases vienen envueltas de esos signos de exclamación e interrogación que dan un mayor peso y acentuación al sentido de la frase o a la acción que se está produciendo en ese momento; una perfecta descomposición de la historia, pues el autor sabe jugar con el argumento y con las limitaciones de página en cada momento, donde el número de viñetas y la ausencia de diálogos marcan el ritmo tan necesario para que la fluidez narrativa sea la deseada; un trazo que, como es habitual en este autor, siempre es sucio, aunque elegante y lleno de frescura, utilizando en este caso tintas únicamente en negro, dando a entender la falta de pretensiones tecnológicas en el acabado.

En resumen: deseo, pasión y, finalmente, gozo; fervor, locura y, en cierta forma, también éxtasis; orgullo, exhibición y, más tarde, insolencia... ¿qué más se puede pedir de este Peplum?

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