miércoles, noviembre 25, 2009

CRÍTICA: IRONWOLF de Howard Chaykin, J. F. Moore & Mike Mignola

Acabo de releer una de esas maravillas que merecerían una nueva reedición por parte de Planeta DeAgostini, ostentadora ahora de los derechos de la Distinguida Competencia… de esas historias incluidas dentro del subgénero mezcla de fantástico y de ciencia ficción que es el steampunkIronwolf, publicada en su momento en nuestro país por la extinta Ediciones Zinco allá por el año 1993 y, posteriormente, reeditada por Norma Editorial en el 2005 cuando aún conservaba los derechos de la DC, y cuyos autores son un verdadero quinteto de lujo, con Howard Chaykin y John F. Moore a los guiones, Mike Mignola a los pinceles, P. Craig Russell al entintado y Richmond Lewis al color.

El subgémero del steampunk es toda una rareza sui géneris en este mundo de la fantasía que nos quiere transportar a mundos totalmente diferentes al nuestro, como si de otras realidades paralelas estuviéramos hablando, mundos de fantasía pero con su componente tecnológico y de ciencia ficción pero extrapolado a épocas pasadas históricas que nunca han existido pero que probablemente podrían haber existido si la revolución industrial hubiera avanzado un grado más de lo que en un principio lo hizo, con inventos impensables para la época (sobre todo ocurren en periodos que tienen cierta similitud y recuerdan mucho a la época victoriana o la primera mitad del siglo XX por la sociedad imperante en estas historias), avanzados para su tiempo y donde la fuerza del vapor es fundamental para hacer funcionar una tecnología donde el carbón, la madera y el hierro son las materias primas fundamentales, junto con otros avances que técnicamente son atemporales a su época o nunca han llegado existir realmente, históricamente hablando (aquí podríamos citar que una vanguardia como lo fue el Futurismo ha debido tener su cierto grado de influencia en obras catalogadas en este subgénero).

Obras de este subgénero podemos encontrar sin dificultad en todos los campos, tanto en la literatura, como en el cine o el cómic. En la literatura podemos encontrar clarísimos visionarios en escritores como Julio Verne o H. G. Wells. En el cine podemos encontrar obras como La ciudad de los niños perdidos, Wild Wild West, La Liga de los Caballeros Extraordinarios, Sky Captain o, más recientemente, La Brújula Dorada. En el anime también podemos recrearnos en obras de Miyazaki como la reciente El Castillo Ambulante. Y en los cómics, nos encontramos con obras como Las aventuras de Luther Arkwright y El Corazón del Imperio de Brian Talbot, Nyx el regulador de Corbeyran y Moreno, Arrowsmith de Busiek y Pacheco, Terminal City de Motter y Lark, Trazos en escarlata de Edington y D’Israeli, Mister X de Motter, Ministerio del Espacio de Ellis y Weston, The League of Extraordinary Gentlemen de Moore y O’Neill...

La obra que nos reúne hoy aquí, Ironwolf, la incorporamos a este largo listado por méritos propios, aunque sí que es verdad que se aleja de muchas de estas obras porque la acción no transcurre en un periodo alternativo de la Historia de la Tierra, si no que transcurre en unos mundos diferentes y fuera de nuestra Vía Láctea, eso sí, colonizados y conquistados por habitantes de la Tierra. O sea, dar otra vuelta de tuerca a un género ya de por sí rebuscado continuamente.

Ironwolf nos narra la historia de una típica y eterna lucha de clanes, de familias, de opuestos a un régimen que se ha consolidado en un mundo del s. XXII, un imperio, el Imperio de Galaktika… es la lucha con reminiscencias feudales de siempre, la que la Historia nunca se cansa de repetir una y otra vez, la del numeroso pueblo llano que sufre la soberbia y banalidad de la clase aristócrata, la opulencia contra la pobreza, la decadencia frente a la fuerza de los nuevos vientos que aparecen, el yugo frente al ansia de libertad… y todo esto con un tercer invitado al baile de lucha y poder: la aristocracia de los “chupasangres”… y todo ello contextualizado en una época con atisbos de pasado pero pseudotecnificada, ciencia ficción al servicio del más puro steampunk.

Pasamos de una primera parte de una historia que se secuencializa a veces de una manera caótica y poco entendible que transcurre en una Tierra futura pero diferente, donde conocemos a Brian Ironwolf, aristo de nacimiento pero revolucionario de convicción, que lucha por lo que es justo para el pueblo llano, a una segunda parte que transcurre en el planeta Rorvik donde va a parar Ironwolf para curar sus heridas físicas y del corazón a causa de la derrota que le inflinge su propio hermano Tyrone. Para completar esta trama que se lía y se intrinca por momentos, aparecen Damaris Demedicie y el calico Kimba Ojosverdes, provenientes de la próspera Omicrón (apareciendo también de soslayo la lucha eterna por tanto, añadida en esta historia, entre vampiros (Omikel y Warra) y neolicántropos (Kimba)), la ciudad del futuro, la antítesis de Galaktika (el lugar de los NO-Omicroneses y donde la Tríada toma cuerpo (unión de los chupasangres, el Imperio y los aristos)), la dualidad entre la alta evolución tecnología de una y el estancamiento científico de la otra… e incluso tiene sus papel en la trama Homer Glint o una representación (continuamente citada) de la diosa Karel Sorensen, que podemos ver también en otra obra de Howard Chaykin como es Twilight (pinchad aquí para leer el magnífico artículo que Ximo hizo sobre esta obra).

Una historia tremendamente ágil en su narración pero caótica en su concepción, pero que suceden los acontecimientos de manera rápida sin dar lugar a perder el interés por la historia que los autores no quieren mostrar, acompañado de un dibujo lleno de estilo y característico de un maestro como es Mignola que luego desembocaría en esa obra maestra que es Hellboy, acompañado por un color que también le será característico en la futura obra de este penciller, sucio y oscuro, con un magnifico juego de las luces y las sombras, de un acertado uso del claroscurismo que tan bien aplica Richmond Lewis.

Una historia que reclama a gritos un continuará… una historia que deja abierta un atractiva y sugerente continuación pero que se quedará ahí, en el cajón más profundo de los autores, porque no por nada en su génesis fue nada más un experimento de los autores en un momento verdaderamente lúcido de efervescencia creativa allá por la década de los 70.

Un saludo cordial.

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