lunes, noviembre 07, 2011

CRÍTICA: SHAMELESS US de Paul Abbott

Principalmente en el cable televisivo, uno está acostumbrado a disfrutar de cabeceras cuya función, más allá de la introductoria, son a veces como pequeñas obras de arte creadas en apenas unos pocos segundos, amalgamando tanto estética, contenido y ritmo a partes iguales, siendo además ideal para decirnos qué nos vamos a encontrar en las entrañas de la serie. La de Shameless US es un perfecto ejemplo de buena cabecera, quizás no tan artística como pueden ser otras como por ejemplo Dexter, A dos metros bajo tierra, True Blood o Carnivale, pero sí consiguiendo transmitir fácilmente, con tan poco, la esencia de lo que nos vamos a encontrar después de la portada seriéfila en cuestión: un cuarto de baño muy concurrido y dinámico, compartido por toda la extensa familia Gallagher y usado de la forma más diversa que se os pueda estar ocurriendo en estos momentos.

Lo cierto es que al ser una adaptación de una serie inglesa con ya ocho temporadas a sus espaldas, ya parte con la ventaja de tener un buen y sustancioso caldo con el que cocinar. Ahora bien, la duda siempre está en si los cocineros estarán a la altura. Rápidamente las dudas se disipan, pues, por una parte los fogones usados son los de la cadena Showtime, especialista en usar ingredientes básicos para cocinar las mejores dramedias de la parrilla televisiva. A esto hay que añadir, sobretodo, el que las hábiles manos culinarias que están detrás de la adaptación son las mismas que crearon la original inglesa, por lo que el resultado de unir la libertad creativa que suele dar la cadena más irreverente americana, con un guionista/creador más que contrastado como es Paul Abbott (Shameless UK, State of Play, Exile), tiene que forzosamente salir algo bueno de todo ello.

Shameless es principalmente la historia de los Gallagher: una familia numerosa de escasos recursos económicos que intenta sobrevivir cada día a las complicaciones y exigencias habituales de la vida. Fiona (Emmy Rossum), la hija mayor, hace las funciones de cabeza de familia, pues después de abandonarles la madre ya hace algún tiempo, el teóricamente cabeza de familia, Frank Gallagher (William H. Macy), su borracho padre, está hecho todo un narcisista, además de egoísta, mentiroso y estafador a la más mínima oportunidad que se le presenta. Y es que Frank Gallagher es el perfecto ejemplo de exhibición alcohólica. Vamos, un autentico profesional del alcohol. Quizás el más grande representante que se pueda encontrar hoy en día, que incluso es capaz de formar parte de un estudio sobre el alcoholismo como causa perdida, por supuesto, a cambio de dinero, claro está. Curiosamente, algunas veces es mejor que esté borracho que sobrio. Respecto a los demás Gallagher, partiendo de un acertado casting, todos sirven de punto y seguido a lo anteriormente dicho sobre esta disfuncional familia de Chicago. Ni siquiera los secundarios personajes que giran alrededor, salvo alguna que otra excepción, consiguen aportar demasiados rayos de luz en lo que a cordura se refiere.

Ya desde un principio, este retrato dramático con envoltorio de comedia, marca su territorio hacia el espectador, pues a ese dinamismo siempre presente hay que añadirle el que la serie sepa hacernos compartir las experiencias cotidianas de esta familia numerosa que respira vitalidad en todo momento y que nos convierte en cómplices de sus experiencias diarias: primero con esos frenéticos despertares diarios, organizándose como buenamente pueden, para luego afrontar los problemas y obligaciones que se les suelen presentar; después con toda una serie de conflictos que van surgiendo en muchos momentos del día, pues no paran de ocurrirles cosas en todo momento, repartidos entre la normalidad de la vida diaria de un barrio y su entorno, y la excentricidad que suele venir normalmente acompañando a toda serie que se precie, para atraer primero y facilitar a su vez el enganche hacia el espectador televisivo. A diferencia de su versión inglesa, la americana es más sobria a la hora de tocar ciertos temas políticos y sociales, incluso respirándose en comparación un mayor optimismo que además viene habitualmente cogido de la mano de un cierto adorno hacia el espectador, con personajes menos pesimistas, más gamberros, más estéticos y desinhibidos que en la original, la cual venía impregnada de una mayor crudeza y realismo si cabe. Lo cierto es que rápidamente te encariñas con todos y cada uno de sus personajes, todos magníficamente presentados y desarrollados según sus distintos roles, y, aunque menos sucios y realistas que su versión inglesa (de mayor dureza, sin duda), consiguendo ese efecto lapa hacia el espectador, enganchándolo sin remedio a esa coralidad de sus protagonistas que, si bien no tienen muchos recursos materiales en donde agarrarse, sí que se tienen los unos a los otros, que realmente es lo más importante.

En resumen, una serie en la que hay que destacar su gran dinamismo, envuelta por una capa de pintura tan irreal con la situación, como también con la caracterización estética de unos personajes de fingida autenticidad, pero a la vez muy efectivista hacia la audiencia americana (habría que ver lo que opinan de todo esto los británicos). Todo, por supuesto, endulzado por una acertada capa de humor que consigue camuflar en cierta medida ese trasfondo de decadencia y disfuncionalidad, aprovechando, como no, el tirón irreverente de Showtime, especialista en jugar con el anverso y reverso del ser humano, con lo rocambolesco, lo polémico, lo escandaloso, con ese tratamiento del sexo tan habitual del cable premium, y esa cuidada banda sonora que respira modernidad, frescura y dinamismo, y que se adapta perfectamente al ritmo de esta recomendable serie.

1 comentario:

Laura dijo...

Excelente crítica. Un saludo. Laura.